Esta observación nos recuerda y anima constantemente a tener claro que sólo Cristo (y su Palabra) es quien puede transformar nuestros corazones y el de las personas a quienes ministramos. Y aunque nuestros corazones tiendan a la rebeldía, al pecado y a la autoadoración de diferentes formas… hay que reconocer la necesidad de morir constantemente a ello y depender de Cristo.
En en ese sentido, también como varios han comentado, necesitamos personas en nuestras vidas, que nos amen lo suficiente, como para enfocarnos nuevamente en Dios. Recordando, nosotros no podemos cambiar a otros -ni a nosotros mismos-; sólo lo puede hacer nuestro Redentor.
También, es desafiante pensar en una vida de ministerio a la que el Señor nos invita a ser Sus embajadores no sólo cuando pensamos que estamos de «misión», sino en nuestra vida diaria, en el matrimonio, con amigos y vecinos, etc.
