Nosotros podríamos ser expertos en la exposición de la Palabra, los mejores en escudriñar y tener revelación de los secretos más profundos y hasta desarrollar un nivel de influencia para el liderazgo y el ministerio, etc. Pero, sin amor genuino que realmente encarne el Evangelio que profesamos, no estaremos apuntando a Cristo, sino una vez más, a la idolatría de otras cosas -o a nosotros mismos-.
De esa forma, al acercarnos a otros, interesarnos profundamente por sus realidades, escucharles, hacerles buenas preguntas, y exponerles con Gracia y Verdad el Evangelio; nuestro ministerio no estaría basado en nuestro Yo. Sino, en que realmente a quienes amamos (familia, amigos, discípulos, compañeros de equipo…) puedan reconocer a Cristo en medio de lo que están atravesando, aplicando un arrepentimiento genuino y pasos de acción necesarios para vivir conforme a la voluntad de Él.
Recordando, como dice el pasaje de Tito, que Él derramó Su Espíritu sobre nosotros, por medio de Jesús. Y por Su Gracia, nos hizo justos, para que también nos dediquemos a hacer el bien. Sus enseñanzas son buenas y de beneficio (para nosotros) y para quienes amamos.
